Hambre, Voracidad, Anorexia = Cerebro, Intestino y Memoria
Por: Pilar Serrano Galvis. Nutricionista-Dietista. Dirección Técnica. Functional Corp. – Corporación para la Alimentación Funcional.
Para que el alimento cumpla, ante todo, su función biológica.
A continuación les presento una escasa y simplista forma de aproximarse a otro mito: El azúcar y la adicción. Este ejercicio de divulgación científica a base de comunicaciones cortas es todo un desafío; esta vez la tarea es escoger un mito, otra “media verdad” que se va instalando en el imaginario de los consumidores, generando cada vez más conflictos de interpretación. Y es que “Cuando imaginas que sabes cómo funciona algo o de dónde viene, eso es reconfortante… Pero eso en realidad hace que la ansiedad sea más difícil de abordar, en lugar de más fácil» (Kahn, 2021).
Usar el término “adicción” es otra perla de quienes inescrupulosamente, para ganar seguidores, lanzan a las redes mensajes catastróficos e intimidantes. Además, si quien genera ese mensaje no tiene una formación en neurología, psicología o psiquiatría, claramente está tergiversando información, que incluso desde la nutrición es difícil de interpretar. El Uso Desordenado de Sustancias (UDS) que se sabe producen efectos negativos, se cataloga como conducta de riesgo para adquirir malos hábitos y perder el control, buscándolas y usándolas compulsivamente; según el manual estadístico para el diagnóstico de desórdenes mentales (DSM-5) en su quinta edición, el alcohol, el tabaco, son las sustancias más usadas alrededor del mundo, con serias consecuencias para la salud. El concepto de adicción a la comida se introdujo en los años 50 y aún hoy en día genera controversia, y el uso desordenado de videojuegos ya se menciona en el DSM-5, pero aún no ha sido reconocido como adicción (Kose , y otros, 2024).
Hambre, Voracidad y Anorexia
Regular el consumo de alimentos incluye procesos bioquímicos (comunicación entre varios órganos) y cerebrales (recompensa, placer) muy complejos, que van desde el balance calórico y hasta las emociones; el sistema de recompensa compromete varias partes del cerebro y se han descrito al menos ocho moléculas relacionadas con la sensación de hambre o voracidad y anorexia entre los que se establecen las señales de cuándo y qué comer (Jin , Sun, Hu , Zhang, & Sun, 2023).
El comportamiento alimentario es influenciado significativamente por las emociones (placer, alegría, angustia, ansiedad, depresión, miedo), factores ambientales (temperatura y momentos del día) y genéticos (Liu, y otros, 2018); estos últimos, no sólo que son heredados sino aquellos hábitos aprendidos en el entorno familiar, que se van instalando inconscientemente a lo largo de nuestra vida, y a medida que envejecemos se convierten en una modulación genética del comportamiento y pueden llegar a ser causa importante en la aparición de enfermedades crónicas y en general conductas de riesgo de malos hábitos.
El hipotálamo es la principal región del cerebro que “gestiona” el comportamiento alimentario; la anorexia y la hiperfagia reflejan una disfunción, es decir, una alteración funcional en esta zona cerebral. Es creciente la apreciación científica respecto del papel que juegan los circuitos orquestados por el hipotálamo en la capacidad de disfrute, en los aspectos hedónicos de la alimentación especialmente, porque muchos de ellos son comunes en casos de abuso de drogas y adicciones, como comportamientos compulsivos que resultan en malos hábitos de adaptación, van quedando registrados en los genes y por eso se pueden expresar de generación en generación. Si, eso puede hacer la alimentación, heredar funciones alteradas en estos circuitos que hoy se conocen, acerca de la forma como nos comportamos entre la emoción, el placer a la hora de comer y el hambre como condición de escasez de nutrientes disponibles.
Desde los años 60 se habla del “centro del hambre” en el cerebro, y desde entonces se han descrito al menos 3 tipos de neuronas que se especializan en diferentes estímulos químicos y relacionan sustancias quizás sonadas como la melanina y el glutamato, y otras menos conocidas como la leptina y la neurotensina, es aquí donde está la mayor complejidad.
Pero la habilidad del intestino para detectar, distinguir y traducir estímulos a partir de nutrientes específicos como la glucosa, presente en el azúcar de caña, es un “sentido” fundamental y la experiencia sensorial comienza antes de consumirla. Estímulos visuales, olfativos e incluso táctiles activan circuitos centrales de consumo con un valor predictivo a su ingestión, es decir, activa una emoción y desencadena el ansia de comer; sólo hasta que entra en cavidad oral, se activan células receptores de sabor que mandan señales a través de los nervios craneales y la corteza gustativa, se percibe de manera consciente en las zonas cerebrales el valor hedónico (Liu & Bohórquez, 2022).
Regulación del comportamiento y consumo de azúcar
En los últimos 75 años, diferentes estudios con ratas, han puesto de manifiesto que el tracto gastrointestinal puede diferenciar estímulos nutricionales, – proteínas, grasas, azúcares – y guiar conductas apetitivas (Liu & Bohórquez, 2022).
Existen al menos 3 mecanismos bioquímicos relacionados con la percepción de sabor dulce y las moléculas que los estimulan; para entender esta maraña de señales es necesario detectar la contribución de los diferentes órganos, entre ellos la lengua, el páncreas, las células que almacenan grasa, el cerebro, el intestino y el hígado (Liu & Bohórquez, 2022).
Por su parte el sistema nervioso, es decir, nervios, neuronas y ganglios nerviosos presentes desde la boca hasta el intestino, son los encargados de transmitir señales al cerebro que varían según la calidad de ingredientes y la cantidad de nutrientes que nos quedan al final de la digestión.
El azúcar se detecta como nutriente sólo en dos tercios del intestino delgado; el sabor dulce se percibe desde la lengua y no discrimina entre ninguna molécula con capacidad edulcorante, independiente que aporte calorías o no; pero el nervio vago y los ganglios celíacos y mesentéricos, sí muestran al cerebro de dónde proviene el sabor dulce y es así como se activa o no el sistema de recompensa asociado al dulzor. Es justo por este mecanismo donde es posible “aprender” por asociación, el valor de un alimento y las señales ambientales de preferencia intrínseca por el azúcar, en otras palabras el cerebro “aprende” a diferenciar entre azúcares asociados a la saciedad y edulcorantes asociados a la apetitividad (Liu & Bohórquez, 2022).
Reconociendo la función de integración que tiene el sistema sensorial, quizás mejoren en el futuro los esfuerzos para combatir los desequilibrios dietarios que causan enfermedades por exceso de peso. Los edulcorantes artificiales no mejoran las opciones dietarias por si solos, porque estos también ejercen una señalización a través de los receptores de sabor, sin activar vías intestinales responsables de las sensaciones viscerales que incluso pueden llegar a alterar los patrones de sueño. Los estados emocionales pueden ser modulados por estímulos nutricionales y de la microbiota intestinal; estos estímulos se pueden alterar por eventos de memoria, emociones asociadas al ambiente social y es el intestino el encargado de memorizar estas sensaciones.
Descubrir estas múltiples capacidades nos permitirá aprovechar el intestino para disfrutar de alimentos placenteros, fomentar hábitos saludables y promover el bienestar emocional. Después de todo, la sabiduría instintiva del cuerpo es la razón por la que, cuando se trata del azúcar, seguimos nuestro instinto (Liu & Bohórquez, 2022).
La ñapa
La importancia de los horarios de sueño a cualquier edad
Dormir menos de 6 horas, por más de 4 noches consecutivas, limita la capacidad para aprender y cambia el estado de ánimo, altera el uso de la glucosa (azúcar libre) de los alimentos y la regulación del apetito y el sistema inmune. En atletas de alto rendimiento altera su desempeño deportivo e incrementa el riesgo de obesidad y diabetes porque afecta el papel regulatorio de las hormonas (Halson, 2014), entre ellas cortisol e insulina, disminuyendo la formación de proteínas, es decir, la reparación muscular en adultos y deportistas, y el crecimiento en niños; no dormir 8 horas en la noche aumenta el hambre y el apetito, además aumenta la preferencia por alimentos ricos en azúcares.
Diversos estudios han intentado evidenciar el efecto de las comidas sobre las diferentes fases del sueño, sin que los resultados sean fáciles de comparar. ¿Comidas sólidas o líquidas?, ¿4h o 1h antes de dormir?, ¿alta o baja en azúcares?… Todo parece indicar que es mejor una comida sólida de alto índice glicémico 4h antes de dormir (Halson, 2014).
En la adolescencia, se ha estudiado la calidad del sueño, la habilidad de quedarse dormido y el consumo de bebidas con azúcar y cafeína como café, té, chocolate o bebidas energizantes; en los hombres prevalecen las bebidas energizantes, mientras que en las mujeres predomina el café (Vézina-Im , y otros, 2024), más que la cantidad de azúcares añadidos.
Bibliografía
Jin , R., Sun, S., Hu , Y., Zhang, H., & Sun, X. (2023). Neuropeptides Modulate Feeding via the Dopamine Reward Pathway. . Neurochem Res.
Liu, J.-J., Mukherjee, D., Haritan, D., Ignatowska-Jankowska, B., Liu, J., Citri, A., & Pang, Z. P. (2018). High on food: the interaction between the neural circuits for feeding and for reward. Front Biol (Beijing).
Halson, S. L. (2014). Sleep in elite athletes and nutritional interventions to enhance sleep. . Sports Med.
Vézina-Im , L. A., Beaulieu, D., Turcotte, S., Turcotte, A. F., Delisle-Martel , J., Labbé, V., . . . Gingras, M. (2024). Association between Beverage Consumption and Sleep Quality in Adolescents. . Nutrients.
Liu, W. W., & Bohórquez, D. V. (2022). The neural basis of sugar preference. Nat Rev Neurosci.
Kahn, J. (2021, July 20). Learning to Love G.M.O.s Overblown fears have turned the public against genetically modified food. But the potential benefits have never been greater. The New York Times Magazine, p. https://www.nytimes.com/2021/07/20/magazine/gmos.html.